Nos escribimos
como quien se toca
sin romper la distancia.
Cada carta es un suspiro sellado,
un pedazo de alma doblado en cuatro,
que viaja con la urgencia de quien
no puede quedarse callado.
Tú, del otro lado del papel,
leyéndome como quien descifra
el eco de su propia voz en la mía.
Y yo, esperándote
en cada palabra no escrita,
en cada pausa que deja espacio
para que me respondas con un suspiro.
En tinta negra
dibujamos más piel que los cuerpos,
más amor que los besos,
más verdad que los ojos.
Tal vez somos solo eso:
una historia escrita a mano,
en la que cada frase
era una caricia que sabía esperar
sin prometer regreso.
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