Es curioso que yo te piense,
en los huecos que van quedando
en el paso del dia,
en el calor de la tarde que se alarga
y en ese constante sueño nocturno
que se nos queda a ojos abiertos,
me pasó desenredando entre suspiros
los trazos inquietos de tu rostro
que saltan y juegan a las escondidas,
con mi memoria,
como si el recuerdo mismo
guardara la costumbre
de no recordarte del todo.
Quizás,
esa es la razón
de mis paseos desesperados de tarde,
donde invento casualidades,
y hago números con las posibilidades,
de tu frágil y esquiva silueta descubrirse
y encajando perfecta
en los hoyos de mi memoria.
Más curioso es que yo te escriba,
uno o dos versos cortos,
apenas tristes,
apenas mios,
-que ojalá nunca leas-
no sea que juzgues mi delirio
y veas aquí a un desquiciado
salpicando manchas inútiles
tocando y rebanando una hoja
que no se mueve ni salta de su libreta.
Y no,
yo no soy ese loco que te quiere sin motivo.
Pero mejor es así.
Yo aquí quedándome
con el pleito de dibujarte todos los días,
y tú allá ignorando los teatros
absurdos de mi cabeza.
Al final seguiré engañándome de algún modo,
como ese perrito de la calle,
el pobre costal de huesos
que se asusta y se encoge
cuando le levantan la mano,
esa que lanza una piedra que no existe
y que nunca existió.