Es un dolor,
-no sólo físico-
el que serpentea por mi alma
y me aísla en un círculo,
donde sobrevivo,
aunque el miedo
sigue intentando
un juego mayor.
Ensimismado
y paranoico
tránsito por los días
con pequeños gestos
que atesoro en mi memoria,
como una forma de ampliar mi voz
y perseguir nuevas utopías,
que me extiendan el contrato
que he firmado con la vida.
Es un intento desesperado
de desconocidos desafíos;
proyectos,
que prolongue el sentido
de esta vida compartida
que tenemos todos.