D. Méndez

Lo que no se nombra

Nos encontramos en el filo,

donde el deseo es apenas un susurro

y la carne todavía no sabe pronunciarse.

 

Tu voz no me toca,

pero algo de ella

se desliza en mis costillas

como una confesión no dicha.

 

Estoy desnuda de pensamiento,

con la piel alerta

y los miedos bailando tangos

en mi vientre.

 

No hay promesa.

Sólo este temblor

que no se atreve a decir “quiero”

pero ya se está incendiando.

 

Y tú —casi sin moverte—

ya me habitas,

en ese lugar donde el amor y el vértigo

comparten la misma cama.

 

 

 

 

 

 

 

¿Aun me sigues leyendo?