Nos encontramos en el filo,
donde el deseo es apenas un susurro
y la carne todavía no sabe pronunciarse.
Tu voz no me toca,
pero algo de ella
se desliza en mis costillas
como una confesión no dicha.
Estoy desnuda de pensamiento,
con la piel alerta
y los miedos bailando tangos
en mi vientre.
No hay promesa.
Sólo este temblor
que no se atreve a decir “quiero”
pero ya se está incendiando.
Y tú —casi sin moverte—
ya me habitas,
en ese lugar donde el amor y el vértigo
comparten la misma cama.
¿Aun me sigues leyendo?