La luz que teje el buen destino,
cuyo canto es de lino entretejido,
miel que en la mente nuevas sendas labra
y un eco en la sangre que por siempre te nombra.
El lauro que uno a sus sienes entrega,
es el agua que nutre su propia rosa;
nuevos rumbos la médula transitan
y un sino de sol para ti confabulan.
No temas, pues, la más profunda umbría
que ose retar tu gran valentía.
Sus fauces son abismos en la roca,
el gusano que roe las entrañas.
Mas no existe senda que vedada sea
si a tu luz y a tu sombra enseñoreas,
pues en esa dualidad, forjarás por siempre
aquel que debiste ser. Y ahora, eres.