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EL BATANCITO-527📝


EL BATANCITO

 

Ahí sigue.
Silencioso.
Bajo una capa de polvo que no es olvido,
sino tiempo.

 

El batancito.
Firme, pesado como un corazón antiguo,
que alguna vez latió bajo las manos de mi abuela,
cuando la vida se molía en silencio
junto al maíz, el ají, la sal de la tierra.

 

Ella,
con sus trenzas oscuras como la noche sin luna,
hacía cantar al batán.
Y yo, niño aún más infante que el barro,
jugaba cerca,
y mi infancia se estiraba como masa tibia
entre las manos de mi abuela.

 

Mi abuelo observaba desde la sombra,
con el sombrero sobre el pecho
y los ojos llenos de distancia.
Él también era de piedra,
pero blanda por dentro,
como los abuelos buenos.

 

Ahora, el batán no canta.
Solo espera.
Polvoso, quieto, como un viejo testigo
de todo lo que fue.

 

La casa no está entera.
Le faltan pedazos de risa,
trozos de adobe vencido,
el olor a humo y a sopa caliente.
Pero basta que mire el rincón
donde reposa el batán,
y todo vuelve.
Todo canta, como antes.

 

Porque ese batancito no es solo piedra:
es raíz,
es altar,
es cicatriz viva de lo que fuimos.

 

Aunque ellos ya duerman bajo tierra,
aunque el patio ya no escuche mis pasos pequeños,
aunque mis manos ya no quepan en las suyas,
el batán permanece.
Y en su mudez antigua,
grita.

 

Grita que no se ha ido todo.
Grita que lo que importa —permanece.

 

© Corazón Bardo