La busqué en el diccionario
de las palabras perdidas,
donde montan su escenario
las tentaciones prohibidas.
La busqué en las iniciales
de los cócteles con hielo
y, por no dejar señales,
borré mis huellas del suelo.
La busqué en los documentos
desde el Ecuador al Polo
y fracasé en cada intento.
Pregunté, incluso, al viento
y me dio plantón Eolo
por el mar y el pavimento.
La busqué en aquella estrella
que parpadea cuando aflora;
intenté quedar con ella
y rehusó a última hora.
La busqué en esos poemas
que duran solo un minuto
y llevan fuego en las venas,
pero no dieron su fruto.
La busqué entre las preguntas
de las respuestas que huyeron;
hicieron huelga conjunta
y nunca la disolvieron.
La busqué entre los peatones
que vagan sin rumbo fijo
por todas las direcciones.
Mostré su foto a la gente,
a los padres, a sus hijos;
la de perfil, la de frente...
y nada nadie me dijo.
Exhausto ya de buscar,
la sed me lanzó un misil,
entré en el único bar
que vi abierto por allí
y le pedí al camarero
de la camiseta gualda
una birra de barril.
¿Va todo bien, caballero?
Me preguntó el de amarillo
atusándose el flequillo.
No pude decir que sí,
porque le hubiera mentido.
Entonces noté en mi espalda
una mano que advertí
como de alguien conocido.
Por detrás se acercó a mí
y me susurró al oído:
sabía que te encontraría aquí.
¡Has vuelto!