¿Quién le marcó el valor a la tristeza,
del manantial que brota entre las piedras?
¿Quién puso rejas, sellos, nuevas reglas,
canto antiguo de la naturaleza?
El sol no entra a la vieja fortaleza,
el agua yace muda y numerada,
bajo el control de cifra y alborada,
le han puesto precio al ala de su canto.
Ya no es torrente: es código de espanto,
su rumbo fue vendido por jornada.
Bajo la ley del tubo se desliza,
vestida de factura y de castigo,
la sed ya no se asoma por el trigo,
ni canta con la luz de la ceniza.
La piedra sigue fiel en la cornisa,
allí murmura el alma del estero,
pero en la red gobierna un usurero
que parte en mil la voz de la vertiente.
Y el pueblo, con su cántaro silente,
camina por la sed como un viajero.
JUSTO ALDÚ © Derechos reservados 2025.