Por Jorge Aguilera
Como te extraño, Oaxaca, te doy las gracias por alimentarme cuando mi barriga estaba gruñendo. Desde niño he sido de buen comer y tú, muy buena cocinera. Tlayudas ricas y frijol negro embarrados como tierra fértil del mismo monte que da frescura a mis propias manos, cuando hincado alabo tus campos. Verde es tu monte inmenso, morada, tu jacaranda, roja es tu flor de Pascua como una salsa picante, echa de chile de árbol. Desde lejos te veo llegar a mi corazón con tu huipil hermoso bordado de flores y de nuevo conozco el amor. En las calles mis ojos sueñan despiertos y me imagino alebrijes jugando y guiándome a ese mundo en donde puedo sentirme libre. Mi lengua saborea mis labios después de probar un chocolate caliente en taza de barro y de barro negro; también es mi piel hecha de la tierra y moldeada por tu afición. Mira qué belleza artesanal, cargas tus canastas con tejidos coloridos repletos de Yaaj, flores frescas que le dan un toque divino. Un árbol de granadillo sentado en mi pecho es el corazón en el que el colibrí viene a comer su néctar de él. Envuelto en hoja de plátano está la delicia, esa rica gastronomía mezcla de sabores preparados con mucha pasión. Mira cómo recuerdo, tu caricia en mi pelo, como peinado por el viento y su ternura en días tranquilos. ¡Ay, amor de niños, si te llevo como mi primer beso en la mesa inclinado, percibiendo el mole debajo de nuestras narices! Un beso eterno, porque aún respiro el picante de tus labios.