Patricia Aznar Laffont

Fecha y hora

 Fue quizás cuando el tiempo como un charco oscuro, un túnel negro se detuvo y marcó fecha y hora.

Fue quizás cuando la lluvia como un telón de agua cristalina y fría despejó su mente y de pronto y sin saberlo sintió que su vida era tal como aquellas gotas de agua que efímeras, trémulas balbuceaban  sus días, su pasado, quizás su futuro.

Fue una mañana como cualquier otra, pero en su interior sabía que no iba a ser así.

Comenzó como todos los días, el despertar bajo las cálidas sábanas que envolvían su cuerpo, el café, el mate y el suspiro jadeante de su perro que entre sus viejas piernas requería atención.

Esperaba la visita de una  amiga, así que preparó la pequeña habitación donde vivía y sacó de la alacena su mejor vajilla. Se vistió con su mejor traje.

Ya los días anteriores había comprado los alimentos con que iba a hacer esa cena tan ansiada. Pero algo en su interior sabía que lo esperado marcaría su vida, su eternidad para siempre, quizás se lo advertía el viento que empujaba la pequeña ventana, o el sol tibio que de pronto se volvía ante sus ojos gris como el color del cemento. Sí, sabía que esa visita tan esperada no iba a ser lo que imaginaba, o quizás sí.  Algo maligno o benigno, indescifrable se respiraba en ese cuarto que hacía tantos años lo tenía de huésped casi transitorio. Una nube de pensamientos oscuros lo invadía, una atmósfera indefinida controlaba sus acciones mientras llegaba la hora acordada. No sabía qué pasaba por su cabeza pero cada vez más lo alteraba.

 Decidió ignorarlo y siguió con una fuerza de voluntad que destruía todo lo esperado o inesperado, la incertidumbre de su vida, preparando lo que había programado. Lo visitaría su amiga de toda la vida y eso era lo importante,

Pasaron lentas las horas, el tiempo se escurría inagotable, como siempre había sido y ya todo había sido preparado a conciencia.

Había llegado el atardecer y entraba sin permiso esa noche susurrante que tantas veces había sido su mejor confidente. Su mejor aliada.

Hasta que llegada la hora señalada un atisbo de coraje lo hizo esperar lo que fuere. Se sentó en su banqueta desvencijada y esperó.

La aldaba de pronto sonó como un rugir de hierros enmohecidos, un rechinar de maderos mohosos invadió no sólo el cuarto si no su ser mismo.

Medio tambaleante, algo mareado, sin saber qué le pasaría caminó hacia ese portón que pocas veces abría,  apretando los ojos, con los puños como nudos, con el alma en un hilo y el corazón palpitando los instantes de su vida entera.

No tuvo necesidad de abrir ese portón porque el mismo se abrió solo e impetuoso, intolerante, un torrente desatado de sentimientos descontrolados lo hacía hincarse ante un remolino desconocido que a la vez intuía, que a la vez ignoraba pero que no le era conocido.

Y entonces sucedió. Sucedió lo que esperaba y temía y eso mismo lo alivió, el miedo, el mareo, el trastabillar desapareció. Su conciencia despertó de un coma de años, la luz de la verdad comenzó a reavivar lo sucedido en un tiempo viejo y que creía muerto, sepultado.

Buscó ese talismán desarmado que quizás en incognoscible embrujo lo había sostenido desde aquel día en que su vida lo había cambiado todo.

Y con mudo accionar ayudó a entrar a esa amiga que tantas veces había ignorado y perseguido en sus propias pesadillas. Pensó que ya la liberación de sí mismo terminaría en ese último momento.

El chillido del portón explotó en un aire rancio, se abrió y una tormenta desatada entró en el pequeño habitáculo destruyendo esa mesa que tanto había preparado.

 Vajilla y alimentos volaron sobre la habitación en una danza macabra, ignota, distante, eterna.

La vio y la dejó entrar. Una maraña de vientos, mareas y humos dibujaron la silueta de la que tanto había esperado y eludido por años.

Fue sólo ese instante eterno, palpable, inasible, en que la Muerte tan dulce como iracunda lo miró a los ojos y lo besó enamorada, le hizo soltar de su mano el viejo talismán que aliviaba sus pecados y sólo fue su sonrisa apenas musitada, plena de alivio sabiendo que todo, por fin, había terminado.

 

Patricia