Te busqué tanto que dejé de encontrarme,
me perdí en la sombra de tu nombre,
en las cadenas invisibles que, aunque etéreas,
me retenían con la fuerza de mil tormentas.
Me manipulabas,
me moldeabas a tu antojo,
me hacías desconocerme,
hasta precipitarme a un abismo interminable,
un vacío que devoraba todo,
donde la única salida era seguir atada
a la prisión ardiente de tus manos,
a la tiranía de tu cuerpo,
al laberinto de tu mente.
Sabía que me destrozarías por dejarte,
pero tenía que sangrar para salvarme,
ponerme en primer lugar aunque me costara la vida.
No me pisotearías más
con esas finas botas de cuero negro
que resonaban como truenos en la madrugada,
golpeando el suelo de mi habitación:
pequeña, pero infinita en su soledad,
fría, pero abrasada por tu presencia.
Allí me dejabas,
esclava de mi mente rota,
con mis ansiedades como grilletes,
con mis depresiones lamiendo mis huesos.
No te importaba si comía,
si respiraba aire o veneno;
el humo de tu puro, importado desde algún infierno,
se clavaba en mis pulmones
como un tatuaje de muerte,
recordándome que siempre, siempre
sería tuya.
Un maniaco disfrazado de amante,
adicto al juego, a la seducción,
y a mi destrucción.
Me tenías como una mariposa recién nacida,
temblando al borde de un mundo cruel,
y rompiste mis alas,
las mismas que construí
en esa celda helada hecha de miedos.
Quizás logré escapar de tus manos,
pero tu rostro seguirá grabado en mi piel,
tu voz arañando mi mente,
tus palabras, como cuchillas,
recordándome que alguna vez
fui tu universo,
y tú,
mi verdugo con máscara de amor.
-S.S