JUSTO ALDÚ

LA HORMIGA QUE QUISO VOLAR (Fábula)

En la raíz de un gran árbol, donde las hojas susurraban cuentos al viento, vivía una pequeña hormiga llamada Lía. Tenía las patas incansables y los ojos llenos de estrellas.

Mientras sus hermanas marchaban en fila, cargando migas, ramitas y semillas, Lía suspiraba mirando el cielo.

—¡Siempre abajo, siempre en tierra! —decía mientras arrastraba una cáscara de arroz—. ¿Por qué no puedo volar como esas criaturas mágicas del aire?

Su amiga Nara, una hormiga obrera de corazón firme, le respondió con paciencia:

—Porque somos hormigas, Lía. No volamos, pero construimos mundos debajo de la tierra. ¡Eso también es magia! 

Pero Lía no escuchaba. Un día, al borde de una charca espejada, conoció a una libélula resplandeciente que revoloteaba como si bailara con la luz.

 —¡Hola, patitas diligentes! —zumbó la libélula, divertida— ¿Quieres subir? Hoy el cielo está lleno de cuentos.

 Lía sintió que su corazón brincaba.

 —¡Sí! ¡Llévame contigo! Quiero ver lo que hay más allá del hormiguero.

 Y así, montada sobre el lomo de la libélula, Lía voló por encima de los lirios, cruzó nubes de polen y danzó con el viento. Reía, cantaba, soñaba.

 —¡Esto es vida! ¡Allá abajo solo saben trabajar! —gritaba entre carcajadas.

 Pero el sol comenzó a esconderse. El aire se volvió más frío, y la libélula la dejó sobre una piedra.

—Lo siento, amiga —dijo la libélula con voz de eco—. Yo duermo entre las hojas. ¡Nos vemos en otro vuelo!

 Y se fue.

 Lía, sola y sin alas, sintió por primera vez el peso del silencio. El suelo estaba lejos, y el hormiguero… aún más.

 Llovió. La piedra resbaló. Un zapato gigante pasó cerca. Lía se encogió y pensó en su casa, en Nara, en las hormigas que jamás la dejarían atrás.

 De pronto, unas antenas familiares asomaron entre las grietas.

 —¡Lía! —gritó Nara—. Te hemos estado buscando. Vamos, sube a mi espalda.

 Las hormigas formaron una escalera con sus cuerpos diminutos pero valientes. En equipo, salvaron a Lía y la llevaron de vuelta.

 Esa noche, mientras compartían migas bajo la luna, Lía habló con voz bajita:

 —Soñar es volar… pero ahora sé que los mejores vuelos se construyen con muchas patas, no con dos alas solas.

 

Moraleja:

Los sueños vuelan más alto cuando se construyen juntos.

 

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