Ella calcula.
No como quien huye,
sino como quien quiere quedarse sin perderse.
Hay una geometría en su deseo:
ángulos de espera,
vectores de mirada,
distancias cuidadosamente medidas
para no tocar
y, aun así, vibrar.
Cuando él se inclina hacia ella,
su cuerpo no reacciona.
Es la mente la que traza la curva
de lo que podría pasar
si la mano siguiera ese trayecto.
Cada centímetro no recorrido
se vuelve mapa,
códice de una erótica exacta.
No hay roce,
pero hay borde.
Y en ese borde ella respira,
fuerte,
como si todo el oxígeno del mundo
estuviera suspendido en ese casi.
No es que no quiera.
Es que aun no es tiempo.
El deseo no se improvisa:
se afila.
Y ella afila el suyo
con una precisión que asusta.
Sabe que, si él la toca,
el hechizo se disuelve.
Que lo real, muchas veces,
no esta a la altura del pensamiento.
Por eso espera.
No por miedo,
sino por estética.
Porque hay formas de tocar
que no necesitan cuerpos,
solo calculo y voluntad.
Y ella es exacta.
Exacta en su deseo
y brutal en su demora.