La fresca brisa del océano…
roza delicadamente el ventanal,
cruje la puerta maltrecha,
baila la cortina de la cocina...
porque se había roto un cristal.
El sol de mediodía visita la escena …
en este acalorado verano de julio,
la extensa playa de blanquecina arena…
se deja tentar de la marea…
con sus verdosas aguas impetuosas…una y otra vez.
En este fastuoso paisaje…
ver danzar la sombra de un inmenso palmar…
siempre me hace suspirar.
Que afortunado hay que ser en la vida…
para tener la dicha…
de disfrutar de tan hermoso lugar.
Esta soledad llena de emociones…
a la que no le hace falta nada más,
en este aislado espacio…
en donde se cultivan sueños…
y se goza de la esencia sublime de la creación,
aquí, con el sonido de las olas…viajando en su vaivén,
ostentando su misterio…
que luego se oculta de las profundidades del mar.
Las gaviotas y piqueros con su escandaloso graznido…
le ponen a cada día… el intervalo de algarabía…
que irrumpe en la tranquilidad,
pero cuan poderoso será su hechizo…
que no suenan estridentes…
y más bien nos embriagan de una paz inusual.
Todo es mágico…
la belleza de lo simple en su máxima expresión,
la armonía que desvanece su sutiliza…
como un regalo de Dios.
El horizonte más alejando que de costumbre…
acaricia el cielo disimuladamente…
demostrando que es evidente la complicidad…
entre lo celestial y terrenal.
Desde el portal de mi bohío,
tumbado sobre mi hamaca de cabuyas multicolor,
contemplo esta vida pasar.
Desde esta singular soledad…
siempre imagino verte regresar…a bordo de una piragua…
que viene huyendo del ocaso…
antes que la noche nos abrace con su oscuridad.
La fresca brisa del océano…
roza delicadamente mi ventanal,
y yo, reclinado en mi hamaca…
con la mirada fijada en el horizonte…
siento una helada lágrima en mis mejillas rodar,
porque a pesar de lo paradisiaco del lugar…
sé que tu no volverás.