Mi vida había sido un terreno erial, colmado de fantasmas,
alma en las penumbras agitándose con la respiración del mundo,
músculos inapetentes invitando al abandono de la noche,
manos sin dulzura, ciegas ante el tacto que desciende a las entrañas,
cuerpo sin conciencia, mente sin recuerdos.
La mirada al acecho de las formas quebrantables,
hielo en medio de soles que agonizan en la tarde,
barca desolada en un mar que se convierte en páramo,
palabras de amor febriles, moribundas,
pronunciadas por la bestia iracunda que repudia la luz.
Hasta que llegaste tú, en el ocaso de mi aullido,
separando la noche del amor, el culto de la belleza,
la profecía de la entrega.
Hasta que llegaste,
devolviendo la vida a la osamenta,
reintegrando el latido a las manos,
el desvelo ingenuo al corazón postergado,
el sueño y el recuerdo a la mente sofocada.
Hasta que llegaste.
Sin importar que mis pies estén en la puerta de salida
O que el don de la locura anhele ahora la cordura
Llegaste,
y no sé si lo merecía.