Luis Barreda Morán

Huellas En La Arena Del Tiempo

Huellas en la Arena del Tiempo

No descansan en paz quienes duermen bajo la tierra silenciosa,
su viaje culminó con dignidad, su historia está completa y hermosa.
Los que marchan sin rumbo, sin sentir, sin un motivo que los guíe,
esos llevan un peso invisible, una existencia que se desvanece y fía.

No son los que reposan en la noche eterna, quietos y en reposo,
los que perdieron todo su fulgor, su impulso poderoso.
Viven de verdad aquellos que luchan con valor y con tesón,
que siembran bondad a su paso y levantan con amor su canción.
Mueren cada día quienes pasan sin dejar ninguna señal,
sin calor, sin dar abrigo, sin encender ninguna antorcha inmortal.

La existencia no es solo respirar, el simple latir del pecho,
es el fuego que llevamos dentro, el camino recto y perfecto.
Es la huella que tallamos con obras de nobleza y verdad,
es el eco que perdura mucho más allá de la tempestad.
Por eso algunos, aunque su cuerpo ya no esté presente aquí,
siguen vivos en cada recuerdo, en cada gesto que nos hace fuertes a ti y a mí.
Y otros, aunque caminen a nuestro lado bajo el sol radiante,
están vacíos por dentro, son sombras de un ayer inconstante, un presente errante.

Son como piedras sin pulir, sin brillo, sin valor ni sentido,
arrastrados por la corriente, en un sueño profundo y dormido.
Su aliento es un suspiro vano, un soplo sin dirección,
sin metas que alcanzar, sin sueños que dar al corazón.
Mientras los otros, los que aman, los que crean, los que saben defender,
aunque partan, su luz no se apaga, sigue alumbrando nuestro amanecer.
Su nombre se pronuncia con orgullo, como un estandarte de bondad,
una lección que nunca olvidamos, un faro de eterna claridad.

Así el mundo se divide entre quienes solo ocupan un lugar,
y aquellos que transforman el sitio donde pudieron descansar.
Entre quienes son polvo que el viento pronto se llevará sin pena,
y los que son raíz profunda, savia fresca en tierra buena.
Elige bien tu senda cada día, con cuidado y con pasión,
para que cuando llegue el ocaso, no seas olvido, sino eterna inspiración.
Que tu vivir sea un río caudaloso que nutre y da frescor,
no un charco estancado que se pierde sin pena ni esplendor.

—Luis Barreda/LAB