La soledad no vino, la llamé,
con voz de ruina y pecho hecho astillas,
cuando el amor se me pudrió en la fe
y en mis entrañas solo hallé costillas
de lo que fui cuando en tu sombra amé.
No fue castigo, no fue penitencia,
fue mi designio, cruel, irrevocable,
llevar mi cruz sin nadie en la presencia,
hundirme en mí, dolerme interminable,
y hacer del llanto una virtud, una ciencia.
Hoy soy el rey de un reino sin abrigo,
sin luz, sin pan, sin nombre, sin testigo,
y si respiro es porque el fiel castigo
de no tenerme a mí... me fue enemigo.
Por eso a solas... me volví… conmigo.