Tú no mueres si yo vivo,
siempre estás en mis recuerdos;
si te olvido, será muestra,
que también me encuentro muerto.
Con los años uno entiende
que la vida es un momento;
y también la sacra muerte
si las dos forman un dueto
que caminan de la mano
como yunta y aparejo.
Tú no mueres si yo vivo,
siempre estás en mis recuerdos;
si te olvido, será muestra,
que también me encuentro muerto.
Y tú vives en la flor
y en el agua y su reflejo,
en la lluvia cuando cae
cuando llega el fuerte invierno;
en la hermosa primavera
y en el canto de un jilguero
cuando canta en la mañana
en las ramas de algún cedro
como dándole a la vida
con su canto un mundo nuevo.
Tú no mueres si yo vivo,
siempre estás en mis recuerdos;
si te olvido, será muestra,
que también me encuentro muerto.
En mi pensamiento vives
cuando escribo cada verso
y mi pluma, te describe,
tus verduscos ojos bellos
del color de la pradera
y también de árboles buenos
que miro por el camino
y observándolos te pienso
porque nunca has de morirte
si tú vives en mi pecho.
Tú no mueres si yo vivo,
siempre estás en mis recuerdos;
si te olvido, será muestra,
que también me encuentro muerto.
Te recuerdo siempre alegre
en mis horas de silencio;
te recuerdo en cada aurora,
que aparece allá a lo lejos
y mis ojos la disfrutan
porque ahí te veo dentro
como luz que me ilumina
cada paso y cada tiempo,
cada noche cuando paso
por penurias y desvelos,
porque Madre, Madre mía,
tu recuerdo siempre es nuestro.
Tú no mueres si yo vivo,
siempre estás en mis recuerdos;
si te olvido, será muestra,
que también me encuentro muerto.