EL ALEGRE PROFESOR
El profesor Bernardino ya habrá muerto
seguramente, hace ya tanto de una secuencia
que me viene a menudo a la memoria: Bernardino
en clase con su chaqueta de lana, como para andar por casa,
y con camisas a cuadros y su estatura mediana,
y no demasiado pelo sobre las lentes de pasta
que con un dedo se subía de vez en cuando.
Hace ya mucho de entonces y, sin embargo,
tan fresco ha quedado en el recuerdo, tan verosímil,
tan grato y fiel a sí mismo el profesor
de instituto. El cuello más bien anchote
asomando por la camisa
y con un niño pequeño, su hijo,
sobre el que nos contaba anécdotas
que venían a cuento
para ejemplificar los conceptos de la lección impartida.
Y con su poco pelo y su nariz más bien ancha
y su expresión alegre a pesar de las dificultades
con las que a diario se enfrentaba,
aunque con plaza definitiva,
era algo así como
un predicador laico,
y se apartaba del dogma.
El profesor Bernardino,
mejor que unas vacaciones,
nos podía parecer un hombre tímido que
avanzaba sin dogmatismos y amable en todo momento,
bajo cualquier circunstancia.
Gaspar Jover Polo