Aprendí a pronunciarte con los dedos,
y a leerte despacio, sin palabras.
Tu piel tenía un idioma que quemaba,
pero también curaba sin decirlo.
No eras amor. No eras simple pasión.
Eras la libertad en cuerpo ajeno.
Fuiste placer, dolor, eucaristía,
pecado con altar y con incienso.
Me diste lo que nunca supe pedir:
el arte de perderme sin castigo.
No te olvidé… porque aún mi lengua
repite tu sabor en cada sombra.
No eras mujer, eras revelación.
Eras pregunta escrita con la carne.
Y aún deseo tus labios como verbo,
porque tu piel… aún habla en mí.