La mañana
se ha inundado de objetos
y todo se agolpa con pasos fríos.
Es la muerte,
que quiere decirme algo
y no tiene pudor para asomarse en el alba
y golpea mi estómago,
mi cabeza y emite allí,
sus intenciones fatales.
Una y otra vez golpea los proyectos futuros,
los amaneceres,
que la vida me ha puesto por delante.
Es una manía del destino,
que me arrebata
lo construido con los afectos.
Son sus síntomas,
su chaqueteo de momentos,
su olor vomitivo
que, de reojo, solo yo observo;
son apenas latidos en el viento,
que una onda lleva por el tiempo,
clavando cada momento
y haciendo que todo sea restringido.