Tú, mi Constitución política del mundo que apretaba mi país,
la voz de un himno mío, que, de donde empiezan tus labios,
inicia mi país de conquista,
para independizarse a mi alma sobre toda la extensión de tu territorio a mi cuerpo.
Cuando, en la milésima que mi alma siguió tu halo,
confundido tocó la naturaleza;
entonces, sin la necesidad de una boca, entendí
que la titánica creación del mundo
solo fue un pretexto para crear tu ser.
Un cúmulo de dioses falsos te establecieron su acoso,
y, diversificándose en la intercontinentalidad de culturas,
dieron la orden del sol para iluminarte más.
Tan solo una gota de ese sol enciende la llama de mi alma,
y se van doblando las articulaciones de mi arquitectura.
Un amor que aguante el fin del mundo edificaremos.
Una noche bendijo el perdón de la tarde con su matiz a ti,
y, conducida de tu oración, rompió el llanto un Dios.
Voy imaginando las dulces palabras de tu voz que nunca me dijiste,
y aún la espero como la caña espera al azúcar.
Mi alma, bajo los versos de la naturaleza,
en su dictado milésimo de silencio,
en la energía etérea,
vio un umbral de luces
donde todas las almas de infantes estaban tomadas de las manos.
Danzaban al cosmos, danzaban con energía infinita,
y el dolor que fue pasajero en la tierra quedó sin recuerdo.
Bailaban los que no llegaron a ser adultos,
bailaban en inocencia,
y su coro intra universal hizo condecorar de tristeza mía mi alma,
donde los puntos más recónditos y sensibles
rozaron gravemente mi esencia.
Y cuando desperté,
tenía 100 años de edad.