Elizabeth A. Navarro

Despedida necesaria

Me voy, y no me tiembla el alma,
aunque la herida aún sangra en calma.
Tu voz fue un eco que me enredaba,
un dulce hechizo que me apagaba.

Jugaste a ser dios de mis días,
torciste verdades con tus manías.
Fui mar en tu vaso de orgullo,
náufraga fiel en tu mundo turbio.

Tus ojos, espejos sin fondo,
mentían amor, pero eran hondo.
Tu tacto, veneno disfrazado,
me ataba en nombre de un falso abrazo.

Hoy cierro el ciclo, sin vuelta, sin culpa,
me salvo aunque el alma se rompa.
Hoy soy la dueña de mi egoísmo,
mi acto final, mi exorcismo.

No más cadenas, no más tu voz,
no más plegarias a tu feroz dios.
Tu adiós es sombra, mi adiós es luz,
me alejo lenta... pero en cruz.

Porque esta despedida es triste,
pero es la llama que aún resiste.
Me duele el alma, sí, lo confieso,
pero más duele quedarme en tu beso.

Así que me voy, y no hay regreso.
Hoy mi libertad... tiene tu precio.