Ahí está, -colgada-
desde el balcón de su soledad
mirándome con su ojo claro
y sus pestañas abiertas.
Acechandome, cazando mis pasos
y hurgando en mis pensamientos revueltos
como en un viejo baúl.
Ya lo he dicho;
ella es solo una piedra enorme
redonda, si querés,
suspendida y atada
allá en el solitario vacío
donde nadie camina,
y ni el viento acompaña.
Y ella sabe, estoy seguro
que no estamos aquí,
para juzgarnos,
pues cae también a esta tierra.
Que no la quiere
pero tampoco abandona,
a tantas vueltas, y a tanto tiempo
que se parece al olvido.
Me recuerda tanto a vos;
especialmente a tus brazos
cuando nunca se abren.