JUSTO ALDÚ

CENIZAS EN EL PERFUME (El grito que no llega al tribunal)

Ella camina con el sol bajo el vestido,
pero la luz no le pertenece.
Tiene la risa aprendida como una alarma
y la espalda llena de umbrales rotos.

En su cuello, la voz duerme esposada
y cada palabra es un nido de miedo.
El amor le llegó con un puño envuelto
en papel de promesas.

Hay gritos colgando en las cortinas,
sillas que recuerdan los empujones,
espejos que ya no se atreven a nombrarla.

Le enseñaron a callar con cucharas,
a maquillarse el morado con silencio,
a fingir que el perfume no olía a ceniza.

Nadie escucha a las ventanas cuando tiemblan.
El juez bosteza detrás de su toga,
y el expediente es sólo una sábana fría
donde su nombre se disuelve como llanto.

Los noticieros la olvidan en la pausa,
el Estado la borra con una coma,
y el vecino baja el volumen del drama.

Ella sigue, con su herida bien planchada,
cocinando en el altar del aguante,
doblando la ropa como si no ardiera.

Pero un día -quizás hoy-
la voz romperá la jaula del aliento,
y su sombra cruzará la calle
con la rabia bordada en la mirada.

Ese día, el tribunal tendrá que aprender
que el miedo también grita.

 

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