El teléfono, verdugo de mi calma,
su silencio o su grito, un puñal en mi alma.
Mi vida y la de mis hermanas, un abismo abierto,
el mundo se ha quebrado, ya nada es cierto.
Cada noticia, un clavo en mi agonía,
desgarra las entrañas, roba el día.
Un río de sal y hiel, sin tregua me inunda,
el alma se desangra, en pena profunda.
Los informes, tormento de mi mente,
sus palabras técnicas, látigo hiriente.
Quisiera ser ciego, sordo, mudo,
que este vacío no me arrastre al ataúd.
Un abismo sin fondo en el pecho me asfixia,
la soledad me muerde, la vida me envicia.
Un vacío de alma, de llanto, de aliento,
la existencia se escapa en cada lamento.
La esperanza, un eco lejano, se ha quebrado,
mi alma, un cristal roto, ya no ha sangrado.
Mas no la pierdo a ella, no a mi madre, mi vida,
es la última gota, la sangre no rendida.
Con estas manos rotas, su vida quiero pintar,
de instantes de luz que el tiempo no ha de borrar.
Abrazarla fuerte, caminar sin mirar atrás,
que el dolor se esfume, que la enfermedad no esté más.
Ella no se aferra a la parca, a su cruel viaje,
su fe es un grito, su indomable coraje.
Dios, su capitán, la guía con amor eterno,
y nosotros, su familia, su puerto, su invierno.
Se jodió la vida, y la vaina no es un chiste,
el piso se ha roto, mi alma ya no existe.
Mi vida y la de mis hermanas, hechas una mierda,
un coñazo que la existencia nos recuerda.
Nadie nos dijo que el miedo te voltea el alma,
que cada llamada es un anuncio sin calma.
Que esta distancia me mata, madre, me asfixia,
sin ti, la vida es un fiasco, una condenada inmundicia.
Qué arrecho es entender cada informe, cada verga,
la traición de mi cerebro, que la verdad me entrega.
Es un dolor que calcina, un miedo que desgarra,
la desesperación entre una pastilla y un río de lágrimas.
Un vacío me ha parido, que no llora, que no sangra,
este guayabo eterno parece, mi alma lo traga.
El abismo está aquí, sin fondo, sin salida,
la esperanza es una burla, una puta mentira.
Que se jodan todos, a ella no la suelto, no la pierdo,
la vida es una lotería y mi vieja se ganó el desierto.
Pero ella es la última luz, la que me mantiene en pie,
el único puto motivo por el que mi alma no cede.
Voy a echarle pichón, a su vida la voy a forrar de fiesta,
que este dolor de mierda, a coñazos, se desvista.
Vamos a caminar, a reír, a bebernos los días,
que la enfermedad se pudra, no más agonías.
Y me importa un coño si el mundo no entiende,
que ella no se aferra a una muerte que no la prende.
Su capitán es Dios, que en la tormenta no la traiciona,
y nosotros, su familia, la jodida fortaleza que la acoraza.
JTA.