Tu piel es la frontera del abismo,
un reino donde muero y resucito,
la llama que me arrastra en su delito,
la jaula que me guarda del yo mismo.
Tus muslos son un templo sin bautismo,
tus labios, los herejes donde habito,
y en cada beso tuyo, me derrito
como un dios sin piedad, sin catecismo.
¿Quién dijo redención sin el arrojo,
pues al rozarte se abren tus altares
donde ofrezco mi fe como despojo?
En ti no hay salvación, sólo lugares
donde el deseo duerme un rojo antojo,
y el alma se desnuda sin pesares.
JUSTO ALDÚ © Derechos reservados 2025.