Vallibona es verde y fría,
repleta de pájaros que ríen.
Sin irse lejos de su pueblo
dan la bienvenida con su vuelo.
Pegada a la ribera, Vallibona suena a agua,
a la que las casas, árboles y golondrinas casi tocan.
Bosque, río y pueblo, hermanados desde siglos,
sus calles son como un bancal sembrado de colmenas,
formando un campo de alegres balcones,
dormido en invierno junto a los tilos y olmos.
Pero en verano Vallibona es pueblo y bosque que revive vigoroso,
cuando el manto de la muerte del invierno
se deshace entre las flores.
La vida llega abriendo puertas y ventanas,
llenando de hojas y frutos las ramas.
Se pueblan sus calles en agosto,
en el río luminoso, de caudal bajo, curso corto.
Desde Morella hasta Vinaroz
se ven los corzos saltando,
junto a los zagales y las ramas
de los sauces blancos y los chopos.
Todos van de orilla a orilla,
de casa a casa, de montaña a montaña,
hasta que las hojas vuelvan a caer
y las hojas yacen en el suelo.
El día se hace corto
mientras empieza a soplar el frío viento.
Y la gente, como las aves, comprende que es hora de migrar
hacia Aragón, Valencia, Cataluña y África.
El reloj del bosque avisa que es su hora de dormir
sin la compañía de sus gentes,
que dejan el paraíso
bajo el manto protector del frío y de la nieve.
Ángel Blasco