Acaso la desposeída que aguarda
quieta y serena
tras el mostrador de su costumbre,
que así sin querer,
ilumina.
La otra, que con un par de palabras,
deja ir uno o dos deseos
como balas perdidas,
y revienta los sesos
de un hombre hambriento,
infortunado en su camino.
O quizás eres esa tan mía,
la que guardo para mis tardes de duda,
La que imagino cercana,
Cotidiana, a diez centímetros de esta mano
que sólo finge para no temblar.
Pero tú sabes,
que no siempre
temblamos de frío.
Ojalá de todas ellas
siempre exista una.
Porque, igual que tú,
hay una multitud en mis adentros.
Por mencionarte algunos:
el hambriento, de tus formas;
el tonto, que iluminas;
y otro loco
que por ahí
dice quererte.