La desposeída que aguarda
quieta y callada
Tras el mostrador,
que sin querer,
iluminas.
La que, en un par de palabras,
deja ir un deseo
como bala perdida,
a reventar los sesos
de un pobre hambriento
Loco y distraído.
O quizás eres esa que imagino,
en una tarde cualquiera,
atenta a una palabra mía,
en el borde de una mesa,
a diez centímetros de mi mano,
que finge no temblar...
Pero tú sabes,
que no siempre
temblamos de frío.
Ojalá —de todas ellas—
siempre exista una.
Porque, igual que tú,
hay muchos que viven en mí.
Por mencionar algunos:
el hambriento, de tus formas;
el tonto, que iluminas;
y otro loco
—que por ahí—
dice que te quiere.