En el rincón sagrado de la vida,
donde el tiempo se arrodilla a contemplar,
allí florece, pura y bendecida,
la familia, mi razón para amar.
No es solo sangre la que nos enlaza,
es un latido que aprendió a cuidar,
es un abrazo que siempre regresa
cuando el mundo se empieza a quebrar.
Mi madre es un suspiro de ternura,
una rosa que florece sin razón,
sus manos son milagro y dulzura,
su voz, la melodía del corazón.
Mi padre es el sol cuando amanece,
el faro firme en la tempestad,
su ejemplo es la semilla que enriquece
mi alma con coraje y dignidad.
Y los hermanos, estrellas en la noche,
cómplices del juego y la verdad,
son los puentes que cruzan los reproches
con risas llenas de complicidad.
Hay algo eterno en cada despedida,
aunque me aleje, nunca me iré,
porque la familia es raíz de vida
y en cada paso su luz llevaré.
No importa cuántos años transcurramos,
ni cuántos cielos haya que alcanzar,
si tengo su amor… yo vuelo, yo amo,
y a casa siempre voy a regresar.
Porque en la piel del alma está escrito,
con letras de fuego y eternidad:
la familia es un milagro infinito,
un poema vivo de felicidad.