Nelaery

¿Quién era?

La narración que voy a contar a continuación fue un hecho real.

Sucedió hace unos veinte años.

Una señora que vivía en el cuarto piso de nuestro edificio murió sin dejar, supuestamente, herederos. Por consiguiente, su piso quedó a disposición del Juzgado, en espera de encontrar algún familiar que pudiera hacerse cargo de éste.

Mientras tanto, los vecinos tuvimos que ocuparnos de todos los gastos referentes a esta vivienda.

Como en esa época yo era la presidenta de la Comunidad, iba de vez en cuando al Juzgado para ver si había habido algún cambio con respecto a este asunto.

Fue en uno de esos días cuando sucedió esta historia.

Llegué al portal de casa y, a un lado, había dos señoras hablando. Muy cerca de ellas, sosteniendo la manilla de la puerta, se encontraba un niño pequeño de aproximadamente unos tres años.

Cuando fui a entrar, me miró fijamente con una sonrisa y me dijo:

_Hola. Yo te conozco a ti.

_ Yo a ti no_ respondí extrañada.

_ ¡Sssssí! _ volvió a decir asintiendo con la cabeza.

_No. Seguro que conoces a algún niño de aquí. ¿Conoces a Julian? _ pregunté.

_ No.

_ ¿A Marisa?

_: No.

_ Pues… no sé.

_ No, no. A ti. _ insistió.

_ ¿Cómo te llamas? _ pregunté con curiosidad.

_ Dddda….

_ ¡Ah! David?

_ No_ negó moviendo la cabeza.

_Pues…no sé.

En ese momento vino su madre mostrándose muy apurada y me dijo:

_ Ya puedes perdonar. No sé qué le ha dado. Es la primera vez que pasamos por aquí y, justo al ver este portal, se ha empeñado en que quería entrar.

_ Pues vamos a dejarle entrar a ver qué hace_ le respondí.

Entramos los tres y él subió las escaleras rápidamente. Su madre lo cogió. Él se soltó e intentó subir otra vez.

El niño se reía y decía” Danie…la, Daniela” repetidamente.

Al mismo tiempo, la madre me decía:

_ ¡Qué vergüenza estoy pasando! No sé porqué se empeña en decir eso. ¡Si no conocemos a nadie con ese nombre!

_ Igual se llama así alguna niña de su colegio. _ me aventuré a decir.

_ No. Ninguna se llama así.

La madre seguía intentando sacarlo a la calle y, mientras yo subía las escaleras, el chiquillo continuaba alzando la voz una y otra vez “Daniela, Daniela, Daniela”.

Su risa sonaba como un eco.

Cuando llegué a casa, todavía me seguía resonando el nombre.

 

En el momento en el que abría la puerta, caí en la cuenta de que aquel niño gritaba el nombre de la señora fallecida, haciéndome sentir instantáneamente un escalofrío por todo el cuerpo.

Desde entonces, en mi memoria ha quedado como un misterio.

Algunos pueden pensar que es una sucesión de casualidades.

Pero me sigo haciendo la misma pregunta: ¿Quién era?

Yo le llamo Daniela en mi recuerdo.