Ermitaño Soñador

UN DÍA BAJÉ A MI HIJO, Y YA NUNCA LO VOLVERÉ A CARGAR

Lo cargaba cuando cansado de caminar me lo pedía,

o cuando por inquieto tras largas correteadas por el parque se caía

y se raspaba la rodilla, mientras lloraba con la cara llena de tierra

y sus mejillas eran una mezcla de lágrimas y mocos.

Lo cargué cuando estaba feliz y le hacía cosquillas

y no podía dejar de reír, solo porque sí.

Lo cargué dormido, rendido, con el cabello sudoroso pegadito a mi cuello

y las pestañas largas unidas descansaban sobre sus mejillas.

Lo cargué mil veces sin pensarlo, como quien descansa,

como quien ama sin condiciones.

Lo cargué cuando todavía era tan pequeño,

que no alcanzaba a ver la verdadera dimensión del mundo.

Cuando todavía confiaba en que mis brazos eran el lugar más seguro del universo.

Y entonces, un día, lo bajé.

Sin aviso, sin ceremonia.

Lo bajé para atarme los cordones de mis viejos zapatos.

Lo bajé porque por su peso no podía resistir mucho tiempo.

Lo bajé y le dije: “Camina tú, mi amor… yo te sigo”.

Y lo hizo.

Caminó.

Y no me di cuenta de que esa podría ser la última vez.

Después vino la escuela, las mochilas más grandes que él,

cuando le ofrecía mi ayuda me decía “pipi ya puedo solo”

y de apoco nos fue separando el tiempo.

Llegaron sus diez años y comenzó su preadolescencia.

Se fue formando su mirada altiva.

Y de apoco ya podía ver su propio camino.

Ya no necesitaba de mis brazos para poder mirar más allá.

Ya no buscaba mis hombros para dormir.

Ya no alzaba los brazos diciendo: “¡cárgame, papi!”.

… ¡A veces extraño esos abrazos!...

Quisiera que viniera a mi para que me cuente sus caídas.

Para escuchar su llanto, para secar sus lágrimas con mi mano,

Para abrazarnos con fuerza, como si de pronto recordara cuando lo cargué.

Ya no veo su corretear, no escucho su voz tenue,

Ahora cuando me habla lo hace en tono varonil

Ahora el me motiva con su risa, con su fuerza, con sus logros estudiantiles.

Un día lo bajé… y sin saberlo, fue la última vez.

La vida se encargó de mostrarme que los brazos se cansan…

pero el alma se queda ahí, donde él siempre podrá volver.

Porque, aunque ya no cargue su cuerpo…

lo seguiré cargando en mi corazón por el resto de mi vida.

 

EL ERMITAÑO SOÑADOR