Tristeza del alma
Qué tristeza azota mi alma,
como un viento que arrastra memorias marchitas
por senderos donde el verde nunca floreció.
Debería reír el canto de los ríos,
pero sus aguas se ahogan en silencio.
No hay soles ni lunas,
solo el gris eterno de un cielo
que olvida el amanecer,
como si la noche hubiera sellado al día
con cadenas de sombra y olvido.
Las nubes, envidiosas de la luz,
dibujan sombras voraces sobre los paisajes,
y los árboles, compasivos,
inclinan sus ramas
como si escucharan un lamento que nunca calla.
El aire pesa como un manto de ausencia,
retumbo de risas sofocadas
en algún rincón remoto.
Y la tierra bajo mis pies parece un espejo roto,
reflejando fragmentos
de todo lo que perdí.
¿Dónde se oculta la aurora?
¿En qué rincón de este laberinto de tinieblas
duerme la alegría
que un día encendió mi pecho?
Tal vez, en las brasas de esta oscuridad,
se forja un canto nuevo…
pero hoy, en mis venas,
solo baila la resonancia del vacío.
No todo lo perdido está muerto.
Hay cosas que solo esperan el próximo sol.
— L.T.