JavierManjarres

Liturgia de la noche

Hay algo acerca de la noche
que me inquieta,
incluso cuando el sol,
esa estrella arrogante,
pretende iluminar el día.

Es la sensación de arropo
de un manto traicionero,
un manto en quien he confiado
tantas lágrimas,
confesiones,
malas decisiones
que me acercan, casi con ternura cruel,
a mi humanidad.

Es el silbido tortuoso
de un verdugo sin rostro,
paseándose por los pasillos
de mi corazón,
lanzando una moneda al aire,
sorteando mis próximos llantos,
apostando con mi fragilidad.

Noche,
tú que tanto me has consolado,
¿por qué siento que te marchas
justo cuando más te necesitaba?

Silencio,
¿por qué me gritas a voces
que no puedo callarme,
incluso cuando ya me he quedado
sin argumentos?

Estrellas,
¿por qué se fue su brillo
de mis ideas,
dejándome a merced
de la clarividencia brutal
de un destino que juega cartas
con mis sentimientos
y se sirve tragos con mis lágrimas?

Intento encender las luces,
aunque ya he transitado estos senderos,
los conozco,
los he recorrido con pies heridos,
pero me pierdo al encontrar
los retratos de ese frívolo ayer,
un ayer que encapsula
una versión de mí
que, humanamente,
ya no debe existir:
llena de amor,
compasión,
y un mar de lloros
dispuesto siempre
a la sensibilidad de la vida.

En cambio,
me queda la sombra de una mirada
que solo sueña con el ocaso,
no con el amanecer;
una mirada que ansía
descubrir sus ábsides secretos,
y ya no, al parecer…
lo que antes le solía estremecer.