Dormía tranquilo sobre mi lecho. ¿Cómo decirlo?...
tranquilo, con la mente en blanco...
No me perturbaba la luz, ni el raudal, ni
el eco. No me inmutó ningún sonido
Describo mi descanso como fantástico, divino,
magnífico: siento ser un río fluyendo en un valle
Una ráfaga de viento elevándose. Una hoja, un ave:
vuelo libre por la nada.
Una brisa que... ¿Qué es esto? De pronto me pesa todo...
me pesa tanto que desciendo, muy rápido.
¿Qué me hala? Es feroz... Violento, brutal...
Y aquí me vierte, otra vez, en la sombras.
Puedo sentirlo, me sacude con fuerza. Soy incapaz,
no me muevo, no puedo detenerlo.
¿Será? Se vuelve una melodía... dramática.
Distingo una voz, parece recitar un introito.
Y entonces, la lucidez se quebró: Las exequias, el resposo...
Y era que yo ascendia, y comenzó el réquiem.