Los otros existen igual que yo,
más ignoro si habitan dentro o fuera.
Lo sabré, tal vez, solo cuando muera
y pálido repose este nudillo.
Amargas salivas bajan mi cuello
en este baile que el alma ya encuera.
Sucede a la suegra como a su nuera,
mientras se recoge aquel breve ovillo.
Procurando el ya sentenciado fin,
lo veo silente —si es que a mí me pasa—,
al tiempo se alista mi serafín
para conducirme hasta nívea casa,
allá en el más recóndito confín,
donde me dirá: “Son olvido en masa.”