Pasá que te cuento - Miriam Venezia®

Una caricia llena de esperanza

Esa mañana salió decidida a comprar ese atuendo que había visto en una vidriera cerca de la oficina y que usaría en la reunión del fin de semana.

Era un hermoso día de sol y a pesar de sus amplios anteojos, al llegar al local tuvo que arrimarse pues el reflejo le impedía ver si el conjunto seguía en la vidriera.

Una adrenalina invadió su cuerpo, se sintió muy rara, respiró hondo y se dispuso a entrar. Se dirigió a la caja, ya la conocían, y pidió un lugar para sentarse, —creo que me bajó la presión.

Isabel arrimó una silla.

Ya repuesta, se acercó a la vendedora, y le pidió el conjunto en su talla y en color azul, se lo probó y decidió comprarlo.

Se dirigió nuevamente a la caja para abonarlo y volvió a sentirse mareada.

Esta vez, la encargada la llevó a su oficina y le ofreció un vaso con agua.

—Sé que no somos precisamente amigas, pero… ¿puedo hacer algo por vos?

Alicia, bajando la guardia, se quitó los anteojos y necesitó contarle su historia.

Mientras tanto Adriana atendía a la clienta que acababa de ingresar al salón de ventas, buscaba un vestido negro.

Luego de probarse varios modelos, eligió uno y le extendió su tarjeta de crédito a la vendedora para abonarlo; quien, advirtiendo la ausencia de Isabel, se dirigió a la oficina para solicitar el proceso de pago.

Alicia vivía con su mamá, Sofía, que había fallecido seis meses antes, después de un largo padecimiento de ambas, ya que tenía Alzheimer.

Lo peor de ese tiempo fueron los últimos meses de su convalecencia. Alicia sufría escuchándola relatar un suceso que atribuyó a un delirio producto de la enfermedad. Lo curioso es que lo hacía como disculpándose y con cierta angustia.

Repetía que no lo había dicho antes porque la habían convencido (entre comillas) de que todo había resultado muy bien.

Sofía había tenido un buen embarazo a pesar de una enorme panza, que parecía haberse empañado con un trabajoso y difícil parto. Cuando finalmente pusieron a Alicia en su pecho, la acogió con tanto amor que, esa pequeña de dos kilos y medio, instantáneamente dejó de llorar; mas lo que siempre la torturó fue escuchar en ese momento un apagado llanto que se alejaba rápidamente.

Como la puerta había quedado entornada, luego de golpear, Adriana entró para dejar la tarjeta.

Al ver cara a cara a Alicia, se quedó muda.

Alicia se puso de pie y con una expresión de esperanza y extendiendo lentamente su brazo, acercó su mano a la mejilla de Adriana que, aun inmóvil permitió que la tocara.

¿Será que el instinto de madre sí funciona y en este caso confirma la duda que torturaba a Sofía?

 

Miriam Venezia

08/07/2025