Yo no vine a ser profeta,
ni a sentar cátedra en fuego,
ni a escribir con tinta santa
ni a salvar al mundo ciego.
No nací para el aplauso
ni para contar seguidores;
prefiero el verso sin nombre
que las rimas con honores.
No compito por coronas
ni compongo por encargo,
lo que escribo es lo que sangro,
aunque a veces sangre en falso.
No presumo mi locura
ni la vendo en cada esquina;
si me duele, lo respiro.
Si me callo… algo camina.
No sé si mis letras pesan,
ni si suman, ni si alcanzan;
pero sé cuándo un poeta
confunde verso con lanza.
Y aunque algunos griten mucho
su verdad de porcelana,
yo prefiero ser el lobo
que en silencio deja marcas.