Tengo en la sangre un mapa oculto,
un río frío de niebla y té,
mi apellido huele a lluvia antigua
y a jardines donde no nací.
De Londres me llega el acento dormido
en las cartas que nadie leyó,
y un retrato ovalado en la sala
que me observa como a un eco.
Pero yo nací en puerto salobre,
con el sol clavado en la piel,
y aprendí a hablar con los gallinazos
antes que con la reina.
Sin embargo, en mis venas
despierta un idioma distinto
cuando camino bajo la llovizna
o me visto como un lord sin castillo.
No es nostalgia,
es un hilo invisible que me ata
a una isla que tal vez me sueña
mientras yo
me busco en su niebla.