LLEGÓ EL CÁNCER
Llegó el cáncer, como sombra sin aviso,
con su filo de dolor y de temor,
y mi alma preguntó con gran quebranto:
“¿Será castigo de mi buen Señor?”
Sentí el peso de la noche en mi pecho,
el silencio me gritaba sin piedad,
y una lágrima escondida preguntaba:
“¿Ya no hay más días de felicidad?”
Pero el cielo no me habló de condenas,
ni su voz me acusó de traición.
Escuché un susurro entre mis lágrimas:
“Yo estoy contigo en esta situación.”
Dios no manda muerte a sus tesoros,
ni se goza en vernos el sufrir;
Él nos forma en medio del quebranto,
y aún del polvo nos hace vivir.
El cáncer no es el fin, aunque lo parezca,
es un valle, no la tumba sin salida.
Cristo venció la cruz y la tristeza,
y con Su vida, rescató mi vida.
Tal vez el cuerpo tiemble y se debilite,
pero el alma vuela en libertad,
porque en Cristo ni la muerte es pérdida,
sino el paso a la eternidad.
No me rindo, aunque el dolor me duela,
mi esperanza no se va con el dolor;
Dios me lleva de la mano cada día,
y en mi herida, canta su amor.
Así que, alma mía, ¡no te caigas!
No es castigo, es formación.
Si el cáncer vino, también viene Cristo
a abrazarte con Su resurrección.
Roberto D. Yoro