Y al final,
fuiste un jardín de rosas que nunca quiso florecer.
Y yo, como el sol,
alumbré la tierra con todas mis esperanzas
puestas en ver brotar tus pétalos,
algún día cercano.
Caminante silente,
transitando la senda con el anhelo
perdido de hallar tierra fértil,
presuroso como quien solo
desea que el día termine
para rendir su alma cansada bajo
cualquier tronco marchito
de besos y abrazos olvidados.
Como una luciérnaga solitaria en la noche,
brillas con luz extraña en medio
del misterio y la neblina,
atrayendo la mirada
de quienes el insomnio no deja dormir,
y de aquellos que,
bajo el peso asfixiante de su propia sombra,
velan con dolor su próximo día.
Un día más… o un día menos.
Paso tras paso,
arrastro los pies pesados
por la carga de los años
y las desilusiones,
con la cabeza en alto
solo por orgullo,
por rabia,
por terquedad.
Soy ese sol que se apaga
a la espera de un milagro
que aún me sorprenda;
tu semilla infértil
de un quizá remoto.