Era mejor el día clamando las sombras que trae la noche;
mejor la noche, pudiendo clamar la luz del día.
En mis brazos llevo la muerte lúcida.
amándola, sirvo a su consuelo negro.
La llevo como mi novia.
La llevo muerta.
La llevo en una procesión de tristeza:
partiendo sus nubes,
abriendo su párpado,
su cielo lluvioso,
su carne oscura,
su tibieza extraña,
su sangre detenida,
su voz negra,
su boca cerrada,
su garganta de grito y funeral.
La llevo,
y me lleva consigo más que yo.
Más allá,
en su borde de metal,
el frío horadando los bofedales,
tragándose de una vez las nubes
que tapan su sombra de sol,
y yo me quedo con mi sombra de luna,
esa que domestica lobos
y se los come cuando cae la noche.
La luna hiere
con su luz fría de funeral.
Asumo que es por mi muerte que anticipo.
Asumo que es por mi muerte que anticipo.
Asumo que es por mi muerte que anticipo.
¡Ay de mí!
¿Ay de mí?
¿Qué queda de mí antes de mi muerte?
Nací un día en que las nubes taparon el cielo,
en que los pájaros graznaron salvajes,
un día que debió ser domingo y fue lunes,
un día en que los funerales llenaron con sus flores la calle,
y la gente se encerró en sus casas.
Ay de mí
si sigo viviendo en sorbos,
si sigo callando
frente a mi rostro,
las muertes que me abrazaron
y me amaron tanto.