Guardé el corazón en silencio,
cerré las puertas sin mirar atrás.
Temí al dolor, al fuego intenso,
y a las ruinas que el amor deja en paz.
Vi pasar besos como cometas,
miradas que no quise entender.
Pensé: “mejor la calma secreta
que arriesgarme a perder”.
Fui fuerte, o eso creí ser,
construí muros de razón.
Y mientras el mundo aprendía a querer,
yo elegía la precaución.
Pasaron inviernos y primaveras,
la vida se fue sin pedir perdón.
Y ahora, que solo quedan las huellas,
me pregunto: ¿qué gané con mi decisión?
No lloré… pero tampoco reí del todo.
No sufrí… pero ¿realmente viví?
Quizá el amor era ese modo
de romperse… para existir.
Y aunque nada me falta, ni me sobra,
algo en el alma quiere gritar:
que a veces el precio de la sombra
es nunca haber sabido amar.