Somos carne condenada
al abrazo de la flama
que nos espera y nos llama
hacia el jardín de la nada.
Con la fe desencajada
solo esperamos el turno
para que este cielo diurno
se nos cubra de negrura
y en alguna sepultura
los gusanos sean Saturno.
Somos carne destinada
para el placer del helminto
y a ser un recuerdo extinto
en memoria macerada.
Carne que está encadenada
a la mórbida promesa
de ser de la muerte presa
en algún cielo ilusorio,
pero fosa o crematorio
es lo único que nos besa.