De pronto un desconsuelo añejo se aloja en la piel,
no es un nuevo desconsuelo,
es el mismo que ha divagado por años
entre mi cuerpo y la almohada
el mismo que ha inundado la habitación
besándome los recuerdos
dejando sus marcas por los caminos de la memoria
salpicando de tribulación los huesos y las palabras.
El verbo es un fantasma esperando un milagro
mezclando los sonidos de la noche
entre Padres Nuestros y silencios
que intentan apiadarse de las aflicciones
hospedadas en lo más oscuro
sin darnos esperanza
dejando las palabras partidas
sumergidas en sangre