JoJo Quezada

MurciƩlagos

Para no escuchar las bombas, los pajaritos en mi cabeza cantan más fuerte. El espacio parece amplio y pueden volar libremente, sin los límites de la materialidad. Su canto, que es de alegría, se apaga cuando chocan contra los horizontes del cráneo, prisión que los atrapa, y en sus cabecitas no hay pájaros que les dejen escapar mentalmente del encierro.

 

Pronto sus cantos se vuelven en súplicas, en llanto, en gemidos dolorosos que ruegan por la añorada libertad. Los pajaritos lloran, lloran y se golpean tantas veces como les es posible contra los bordes internos del cráneo, en esperanza vana de abrirse un espacio que les permita escapar. Antes de conseguirlo, caen muertos.

 

Los pajaritos ya no cantan, lloran, sufren, piden perdón -ningún mal han hecho pero piden perdón-, y sus coloridos plumajes se tornan oscuros. No tardan en darse cuenta de que sin fugas la luz no entra, y su ceguera aparece como rayo inminente, precoz, indetenible e incalculable.Se acostumbran a las sombras, aprenden a vivir en la oscuridad, se cuelgan de cabeza para que la sangre les llene el cerebro y los pensamientos tormentosos se calmen. Ya no son más pajaritos: ahora son murciélagos.

 

Sin embargo, la estabilidad no es una opción considerable, y llegan los temblores que destruyen las ramas sobre las que descansan. Se quedan sin hogar, no tienen dónde descansar, la sangre ya no ocupa en sus cabezas el espacio suficiente, y los pensamientos tormentosos regresan, con más fuerza, hasta que se vuelven voz, palabra pronunciada que se repite en incansable eco que choca en el hueso y regresa, y no termina.

 

Los murciélagos deciden que la muerte es un mejor destino. Su suicidio se traduce en mis poemas, en mis canciones. Pero, ¿qué pasará cuando ya no queden más murciélagos en mi cabeza?