Eran tus brazos los que me hacían creer que algo fuera de lo cotidiano me pertenecía. Algo más fuerte y más potente que mi mente, algo extraordinario y persistente. Lo entiendo, tardo en llamarte. Entiendo que el deseo se va desarmando, se diluye con el tiempo y la distancia. Pero basta con dos segundos, y todo vuelve a construirse, a crecer como un nuevo sentimiento. Estás profundamente en mí. Eres una flor que renace, que crea un paraíso que se pierde y vuelve a surgir. Siento un deseo importante, casi sagrado, de perseverar en tu nombre. Es creer en tus pasos, en tu respirar, en tu locura. Porque en tus brazos vuelo, vuelo sin alas. Y mientras tanto, construyo un puente hacia tus labios. En algún lugar del mundo, me besan… y se duermen.
©