Pibe, vos tocás el bandoneón
como un gallego
le dijo el viejo del bar
con voz de humo
y olor a vino tinto derramado.
No era insulto ni alabanza
era esa forma turbia
en que se habla entre tangueros
cuando el alma se parece a una cuerda rota.
El pibe sonrió
no porque entendiera
sino porque le dolía el comentario
como duele una nota
que se queda a mitad del aire.
Él no era gallego
ni sabía bien qué quería decir eso.
Pero sí sabía de domingos sin madre
de noches en Once con hambre de zamba
de dedos que aprendieron el fuelle
como quien acaricia una herida.
Tocaba lento.
Como si cada acorde
fuera un barco que se hunde
como si en cada agudo
dejara ir a su viejo.
Y el bandoneón
ese bicho con entrañas de náufrago
le respondía.
Con quejidos que no eran europeos
ni criollos.
Eran suyos.
De un pibe sin mapa
pero con tango en la sangre.
Como un gallego…
repitió bajito.
Y apretó el fuelle
con tanta rabia y ternura
que hasta Gardel
sintió el nudo en la garganta!
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