Por Humberto Frontado
Montado sobre tu lastimado lomo,
antes regio y sólido,
pillote se sal no me atrevo azuzarte;
el impertinente viento ha carcomido todo tu costillar.
Altiva salineta,
aun humedecida con lánguidas lágrimas
recuerdas aquellas manos fuertes que te ordeñaron;
la arena está por cegarte.
Rompiendo el gemir del mar
se alza la voz rítmica
de un cardumen de hombres y mujeres
halando el mandinga atiborrado de peces.
Bordeando el calmo y bondadoso mar
hay sembrados estantillos;
forman simétricas filas que se alzan al sol,
preñados de salobres peces sajados y huevas de lisas.
Mudas pozas al pie de los cerros,
contienen el agua del ordeño mañanero
de las escasas nubes;
viven seguras, custodiadas
por afiladas cercas de tunas,
cardones y retamas.
Nubes migratorias
atiborradas de todo tipo de pájaros,
desbordaban su sedienta carga sobre toda la isla,
era una lluvia de corta estancia que nos placía.
Todo se marchó sin prisa y sin pausa,
tomado de la mano del viento desconsiderado.
Se llevó toda tu presencia,
camino a la vorágine del olvido.
Hasta mi metra preferida
perdió su cristalino esmaltado,
el manoseo del tiempo la esquiló,
astillando sin piedad su pulida barriga.
El Secreto se llevó consigo
lo que es calmar la sed del árido camino
al llevar a cuestas un escuálido haz de leña.
Solo tú, vieja ola, traes a mí nuevas alegrías.
En tu nervioso vibrar vienen estampadas voces,
exclamaciones: aun continúo siendo niño.
06-07-2025