Lloro un idioma que los otros rechazan,
cada lágrima es un signo incomprensible,
un sonido roto que les asusta,
mis ojos se llenan de palabras que no caben en el mundo,
de verdades que nadie quiere escuchar.
Es un lenguaje extraño, dicen.
Es el lenguaje del silencio, les digo.
Pero no me entienden.
Lloro,
porque mi piel se ha vuelto demasiado fina,
porque cada gesto del aire me corta y deja en mí un rostro invisible.
Lloro porque no sé cómo ser otra cosa que no sea esto,
un cuerpo que se desborda,
una herida que canta en secreto.
Pero ellos miran con ojos vacíos,
con la dureza de quien teme el agua.
Me observan como si mis lágrimas fueran espejos que no quieren mirar.
En este llanto habitan mis quiebres.
Aquí están las noches que nunca supieron mi nombre,
los días que se deslizaron por mis manos sin tocarme.
Aquí estoy yo,
desnuda en cada gota,
frágil en cada caida.
Y aunque mi llanto es verdad,
para ellos no es más que ruido.
Lloro porque ser humano duele,
porque llevar el corazón expuesto es un crimen en este lugar de sombras,
lloro, porque mi fragilidad los hace huir.
Pero en cada lágrima reconozco un trozo de mi que nunca supieron amar,
lloro en un idioma que nunca aceptarán,
y sin embargo,
sigo llorando,
porque es la única forma de decir que estoy aquí,
aunque nunca me vean.